LA HISPANIDAD DE LOS SIGLOS XV, XVI Y XVII
Resulta imprescindible considerar ante todo cuál era el estado político y religioso de la España que se aprestaba a encarar la empresa ciclópea de la conquista.
El descubrimiento de América ocurre en un momento de verdadera encrucijada histórica. Comienza la Conquista al culminar el siglo XV y se desarrolla en el siglo XVI, es decir, cuando en el resto de Europa la edad media ya no era casi sino un recuerdo del pasado, en medio de una terrible crisis, en camino de una desintegración progresiva. El edificio de la cristiandad estaba profundamente conmovido. Las actividades humanas como el arte, la cultura, la economía etc., que antes se desarrollaban en jerarquía y gozosa subordinación a la teología, ahora buscaban «liberarse» en sus principios rectores.
España trato de preservar contra viento y marea, la fe de sus padres. Para ello debió sacudir el poder de la Media Luna. Recordemos que la conquista de Granada acaeció precisamente en 1492, tras siete siglos de incesante lucha. Asimismo decretaban la expulsión de los judíos no bautizados, medida dictada no por consideraciones racistas, sino por motivos religiosos exclusivamente para preservar la fe del pueblo español.Doce años antes los Reyes Católicos habían solicitado del Papa la institución en España del Tribunal de la Santa Inquisición.
Con El Santo Oficio, España quedó exenta de la invasiónherética protestante que conmovió el resto de Europa. O mejor, la supo enfrentar e incluso anticipar en su propio terreno, con unaReforma Católica.
En 1473, la decadencia espiritual del clero español había sufrido la influencia paganizante del Renacimiento imperante el la corte de los papas, sobre todo los pertenecientes a la familia Médici. Había ya en la Península un movimiento serio de reformar las órdenes religiosas para hacerlas volver al espíritu de la Edad Media.
Así que España mal podía buscar respaldo para su proyecto de autorreforma en la Santa Sede, demasiado atareada en preocupaciones mundanas y renacentistas.
Fueron pues los Reyes Católicos quienes, ayudados por eclesiásticos lúcidos, debieron asumir la responsabilidad de la reforma de las instituciones religiosas.
Lo hicieron con la ayuda del Cardenal Mendoza primero, y del gran Cardenal Cisneros después. Ante todo, lograron del Papa Alejandro VI, el nombramiento de un grupo de excelentes Obispos.
Cisneros se abocó principalmente a la restauración de los monasterios, realizando una reforma que habría de figurar entre las más impresionantes de la historia eclesiástica. Por otro lado, y gracias a la inspiración divina, también en aquellas décadas brotaron del suelo español nuevas congregaciones y ordenes religiosas, especialmente la militante compañía de Jesús, con cuya ayuda España se pondría a la cabeza del movimiento de laContrareforma, llegando a ser el alma del posterior Concilio de Trento.
Si pasamos al siglo XVI, vemos que los hombres de entonces, no eran, muy distintos a los españoles de nuestro tiempo. Y por eso cabe preguntarse cómo una España menos poblada, menos rica, pudo conocer un siglo de oro tan esplendoroso, engendrando tantos sabios de renombre universal, tantos poetas, tantos héroes, tantos Santos.
Los hombres eran como los de ahora, pero la sociedad estaba organizada de cara a Dios, siguiendo todos, un mismo fin: la Iglesia y el Estado, la Universidad, las leyes y las costumbres. La educación que se les proporcionaba los inducía a vivir y a morir para la mayor gloria de Dios.
Así España conservó en su seno todo el ímpetu de la Edad Media, ya en disolución en el resto de Europa, y se preservó de la corrupción protestante, cosa que nunca le sería perdonada, por los enemigos de Jesucristo y de España su adalid.
El estado realizó un renacimiento propio, de cuño español cuya concreción arquitectónica se plasmó en el Escorial; al tiempo que libraba a la jerarquía religiosa de la tentación mundana, tan en boga en la Sede papal; neutralizaba el influjo de los conciliadores al estilo de Erasmo, y propiciaba el cultivo de los estudios teológicos. De esta manera, providencialmente se preparó para afrontar la magna empresa de la Conquista.
La vocación imperial.
Si bien aún no se había proclamado el imperio, la España del descubrimiento y de la conquista estaba signada por la vocación imperial. Antes de que hubiese Emperador, para que aquella vocación se concretase, era menester que una sola mano reuniese la totalidad, era preciso que España se hiciese universal. La idea tradicional del imperio exigía que sus miembros constituyesen una sola familia, unidos por el culto a un mismo Dios, la misma cultura, la misma sangre, el mismo comercio, ya Antonio de Nebrija había aconsejado a doña Isabel. “Señora, el castellano es la lengua del imperio”
El imperio Romano de los siglos de Augusto hasta Justiniano; después, aunque en un grado menor, el imperio Carolingio de los siglos IX y X, y luego, si bien más restringido todavía, el Sacro Imperio Romano-Germánico.
La España sojuzgada por el Islam durante ocho siglos, hizo surgir de sus entrañas liberadas el proyecto de un gran destino universal que, en lo político no necesitaba sino asumir las propias raíces romanas para transformarse en vocación imperial. La savia católica, por otra parte, ya había impregnado la sociedad con su espíritu de aventura, la tendencia a intentar lo imposible, el menosprecio de los bienes materiales, el sentido de la hidalguía, elementos constitutivos del espíritu caballeresco, un estilo tan propio de la Hispanidad.
Carlos, nieto de los Reyes Católicos, solo hablaba francés y flamenco, ignorando la lengua española, estaba rodeado por una camarilla de flamencos sin el menor sentido imperial. Eran éstos, comerciantes.
Sin embargo y a pesar de todo, no fue otro sino él quien tomó de España la antigua noción de Imperio, y sobre esta base, se dedico a construido. Cuando estaba a punto de salir de España para dirigirse a Alemania y ser allí coronado, hizo ya su primera declaración imperial. Fue en las Cortes, precisamente de la Coruña, localidad de donde siglos atrás había salido Adriano, el gran conductor español del Imperio Romano. Refiriéndose a dicha declaración, comento el P. Mota allí presente que Carlos no era un rey como los demás sino «rey de reyes «, pues su imperio constituía la continuación del Romano-Germánico, y así como ayer España había exportado emperadores a Roma, «ahora viene el imperio a buscar (otra vez) el emperador en España, y nuestro rey de España es hecho, por la gracia de Dios, rey de los romanos y emperador del mundo».
Menéndez y Pidal sintetizó así el discurso de Mota: «Este imperio no lo acepta Carlos para ganar nuevos reinos, pues le sobran los heredados que son más y mejores que los de ningún rey; aceptó el Imperio para cumplir las muy trabajosas obligaciones que implica,para desviar los grandes males que amenazan la religión cristiana y acometer la empresa contra los infieles enemigos de la Santa F e Católica, en la cual entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona». España sería desde entonces, el corazón de dicho imperio, su fundamento, su tesoro, su espada.
Carlos se comportó con el gran estilo de un emperador. Incluso su enfrentamiento con Lutero no careció de ribetes imperiales. Al dia siguiente de la Dieta de Worms, Carlos V les dijo a los príncipes allí reunidos que les daría su opinión al respecto.
Fue su primera declaración en un trascendente asunto político, completamente suya, así relatada por el cronista:
«Como descendiente de los cristianísimos Emperadores de la noble nación alemana, de los Reyes Católicos de España, de los archiduques de Austria y de los duques de Borgoña, se declaró resuelto a administrar su cargo de defensor de la iglesia Católica, de la fe Católica, y de los sagrados usos ordenamiento s y costumbres, y a proceder contra Lutero por manifiesto hereje».
Ello significaba la pena para Lutero. Los príncipes le respondieron que acaso sería mejor tratar de convertirlo. Carlos accedió a discutir, lo cual no opto a que al mismo tiempo publicase el edicto de Worms, y se transformase en el paladín del concilio, buscando el medio de recuperar a los disidentes merced a auténticas reformas eclesiásticas. Al tiempo que luchaba en defensa de la ortodoxia, anhelaba que desapareciesen las manchas de la Iglesia, y que en todas las naciones se llevase a cabo la reforma que ya se había realizado en España.
El articulista argentino don Alfredo Sáenz, escribe:
Y así fue como a pesar de las reticencias de la curia de Roma, el Papa se resolvió a convocar el concilio. Trento es obra netamente española. Más allá de su contenido estrictamente religioso, fue una obra imperial española. Lo fue no solo en su aspecto espiritual, sino incluso en sus aspiraciones políticas de unir a todos los pueblos de Europa bajo el mismo signo imperial.
Esta es la España que descubre América. Bien ha escrito Caturelli que no se trató de un mero «hallazgo». Hallar es, simplemente, dar con algo, chocar o topar con una cosa. Por tanto hallar no significa, necesariamente, descubrir, aunque descubrir debe siempre suponer hallar. El mero hallar no descubre no desvela, quedando lo hallado encerrado en su ser que permanece velado. De ahí que si fuera comprobado alguna vez que los vikingos llegaron a Groenlandia hacia el 982 y alcanzaron la bahía de Hudson y El Labrador, lo único que se probaría es que solamente «hallaron», toparon con algo sin hacerse cargo de su ser y su sentido, manteniéndolo ignorado.
La conquista como evangelización
No se puede volver a los ojos a los orígenes de América sin tropezar con el pergamino de las Bulas Pontificias promulgadas por Alejandro VI, por las que aquel Papa donaba las tierras descubiertas y por descubrir, al tiempo que las demarcaba con precisión. Es que tras la noticia del Descubrimiento, los Reyes Católicos se habían dirigido al Papa con el objeto de plantearle sus dudas morales acerca de sus derechos para ejercer soberanía sobre las tierras recién descubiertas. En carta al Papa le habían solicitado la concesión de dicha soberanía dándole un motivo esencial que el Papa haría suyo como razón principal de dicha donación, a saber: la tarea de la evangelización de los pueblos descubiertos y por descubrir.
En la Bula «Inter Caetera», del 4 de mayo de 1493, señala el Papa que los dos caracteres propios de la gran empresa son, ante todo:
La continuidad natural con la cruzada de la Reconquista española concluida con la toma de Granada y de la cual Colón había sido testigo; además el carácter misional que asume la persona del Almirante.
Respecto de lo primero, dice el Papa: «no dudo en concederos. . . aquello con lo cual podáis, con ánimo cada día más fervoroso, proseguir tal propósito. . . para honra del mismo Dios y extensión del imperio Cristiano«.
Respecto del Descubridor, “destinareis al caro hijo Cristóbal Colón varón por todos conceptos merecedor y el más recomendable y apto para tamaña empresa (para que) buscara cuidadosamente, por el mar donde hasta ahora no se había navegado, tierras firmes e islas remotas y desconocidas”.
Como se ve, tanto el espíritu de la reconquista de España para Cristo como la misión de Colón, conllevan el mandato de la evangelización, a la que los Reyes Católicos están obligados.
En cuanto católicos; les dice que «tratéis de proseguir y asumir, en todo y por todo, semejante empresa, con ánimo impulsado por la fe ortodoxa, como a que queráis y debáis conducir a los pueblos que habitan tales islas y tierras a recibir la religión cristiana».
En esto, se unen el impulso de la Reconquista, la extensión del imperio cristiano y la obligatoriedad de la evangelización.
Los Reyes Católicos se habían comprometido a la evangelización de los indios. Pero tenían plena conciencia de los obstáculos. Por eso, ocho años después de las instrucciones a Colón, y cuando éste ya habla sido despojado de todo poder de gobierno, las instrucciones al Gobernador Ovando (1501) recogen las experiencias, algunas muy amargas, y tratan de controlar el comportamiento de los españoles. Dada la necesidad de supervivencia, reconocen y permiten el trabajo obligatorio de los indios, pagándoles el salario justo; pero, ante todo, reafirma que:
«Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra Santa Fe Católica y sus ánimas se salven, porque este es el mayor bien que les podemos desear, para lo cual es menester que sean informados en las cosas de nuestra Fe, para que vengan a conocimiento de ella; tendréis mucho cuidado de procurar, sin les hacer fuerza alguna, cómo los religiosos que allá están los informen y amonesten para ello con mucho amor, de manera que lo más presto que se pueda se convertían”.
Tal fue la respuesta del Papa a las dudas morales que los Reyes Católicos le habían planteado acerca de sus derechos.
El problema moral de «los justos títulos» siguió acuciando la delicada conciencia de los soberanos. El único título que los Reyes invocan una y otra vez ante el Papa, y el único que este acepta, es,el declarado propósito evangelizador.
Para quien desconoce las bases religiosas sobre las que descansaba la conciencia social de la Edad Media, aún vigente en España, la actitud de los Reyes resulta desconcertante, sino increíble.
“Es cierto que en América encontraron cierto eco, desde el comienzo, como «semillas del Verbo». Cada cultura se mueve hacia Dios, en cierta manera. Y así hubo en algunos indígenas cierto conocimiento de Dios y de verdades naturales que podrían conducidos a la salvación, esbozos de la idea de un Dios uno, de la supervivencia allende la muerte, semillas de verdad. Pero al mismo tiempo, grandes obstáculos como la idolatría, el politeísmo, la magia, etc. Es preciso liberarlos de esos obstáculos mediante la evangelización. Los habitantes del Nuevo Mundo debían ser «nuevas criaturas», exorcizadas y bautizadas.
Don Alfredo Sáenz apunta eruditamente:
«Para servir a Dios nuestro Señor y bien público de nuestro Reinos, conviene que nuestros vasallos súbditos y naturales, tengan en ellos Universidades y estudios Generales donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia criamos, fundamos y constituimos en la ciudad de Lima de los Reinos del Perú y en la ciudad de Méjico de la Nueva España, Universidades, y estudios generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras Indias, Islas y Tierras Firmes del Océano, de las libertades y franquicias de que gozan en estos Reinos los que se gradúan en la Universidad y estudios de Salamanca» .
El historiador argentino don Alfredo Sáenz afirma:
En nuestra tierra esa educación fue profunda. Sabemos que Santa Fe contaba con escuela desde 1581, Santiago del Estero desde 1585, Corrientes desde 1602 Córdoba y Buenos Aires desde mucho antes. Asimismo poco a poco se establecieron los estudios secundarios y finalmente los universitarios. Durante XVII y XVIII las escuelas es multiplicaron en la Argentina de manera asombrosa, al punto que el analfabetismo fue escaso o nulo. Las bibliotecas particulares que han podido ser reconstruidas, descubre que el grado de cultura de las clases superiores fue realmente de categoría. La decadencia comenzaría a partir de 1806, en coincidencia con el hecho de las Invasiones inglesas.
Ecos de esa cultura popular han llegado hasta nosotros gracias sobre todo al ímprobo esfuerzo de Juan Alfonso Carrizo, quien logró reunir en diversos volúmenes las viejas canciones de nuestra tierra. La poesía de nuestro pueblo fue un estupendo trasplante del cancionero español, un trasplante cultural. Los hombres de la Conquista trajeron en sus labios cantares de los siglos XVI y XVII, Y los volcaron acá. El natural los oyó y los canto, porque la religión y la común cultura habían realizado hacer de unos y otros un mismo pueblo. Carrizo recuerda que en 1931 oyó cantar en la Puna de Atacama, a cuatro mil metros de altura, a unos pastores que llevaban un ataúd en medio de la nieve: «i Señor San Ignacio, – alférez mayor, – llevas la bandera – delante de Dios!». Los centenares de poemas de elevada belleza teológica que Carrizo ha recopilado, digna de los Autos sacramentales., nos muestra el acervo cultural con que España supo impregnar a nuestro pueblo sencillo.
Las autoridades políticas, existían allende y aquende el Océano. Dos fundamentales en España, la Casa de Contratación de Sevilla (erigida en 1503), que regulaba el despacho de navíos, y el Real Consejo de Indias (fundado en 1519), organismo referido tanto a lo civil como a lo religioso.
Por fin los Cabildos, institución de fundamental importancia por su representatividad social. El mismo día de la fundación de una ciudad se creaba el Cabildo (con sus Alcaldes, no más de dos, y regidores, entre 6 y 12). Se trataba, en realidad, del antiguo municipio romano, persistente durante la reconquista de las ciudades españolas, y trasplantado a América con el mismo sentido de representatividad política que recuerde al carácter de la antigua poli s griega.
El historiador sudamericano don Alfredo Sáenz asienta:
Elegido reiteradamente como Gobernador del Paraguay, tuvo, Hernando Arias, el temple de un auténtico conquistador, victorioso en innumerables batallas, con lo que hizo posible la navegación sin sobresaltos desde Asunción hasta el Río de la Plata. Enfrentó así mismo con notable clarividencia y arrojo la Penetración portuguesa en Buenos Aires y el Paraguay. Pero fue al mismo tiempo un juez ejemplar. Según la vieja tradición hispánica, la justicia no se reducía como ahora a la aplicación casi automática de determinado artículo de cierta ley a cierto caso concreto, sino que en cada alegato, en cada sentencia los jueces se remontaban a las fuentes mismas de la moral y el derecho. Cada administrador de la justicia se sentía en alguna forma revestido «de la dignidad del legislador, porque en cada dictamen apelaba de la letra de la ley al espíritu y propósito que la inspiraron. Habían aprendido de S. Tomás que la ley había de ser justa, y la ley que no es justa no es ley, sino iniquidad. Hernando Arias fue un juez de ese estilo, velando por la aplicación de la justicia en todos los campos y particularmente en el ámbito de las encomiendas. Solórzano ha explicado bien lo que realmente fueron las encomiendas, destruyendo la leyenda que quiso contraponer la bondad y abnegación de los misioneros a la codicia y crueldad de los encomenderos. Las encomiendas fueron nuestro modo de feudalismo, es decir, una escuela de vida y de honor, al mismo tiempo que el brazo secular para el adoctrinamiento de los indios. Hernando Arias salió al paso de los excesos de algunos encomenderos legislando al respecto admirablemente.
Propulso así mismo la cultura y en este sentido fue un verdadero educador. No sólo fundó numerosos colegios sino que sobre todo trató de elevar al Indio a la vez que contribuyó a su evangelización, colaborando para ello estrechamente con Martín Ignacio de Loyola, sobrino de S. Ignacio y obispo de Asunción, y más aún con el franciscano Fray Luis Bolaños, su amigo predilecto, con quien inició la instalación de los primeros pueblos de indios, labor para la que luego llamó también a los jesuitas, quienes llevarían a cabo esa obra de arte de la pastoral que fueron las reducciones guaraníticas. Gracias a Hernando Arias se fundaron numerosas poblaciones, desde S. Ignacio Guazú, en la actual Paraguay, hasta Baradero, en la actual provincia de Buenos Aires. Rara era la carta que no insistiera ente el monarca -nada menos que Felipe 11, en ocasiones-, para que enviara más religiosos en pro de tan ardua labor. Numerosos testimonios certifican que regalaban de su propio peculio campanas retablos etc. Y al mejor estilo de los señores medievales consideró un timbre de gloria edificar templos para la honra de Dios y la santificación de las almas.
El día en que se adecente nuestra galería de Próceres, Hemando Arias figurará allí como uno de los más nobles. Cuarenta años de guerra, en un campo que tuvo por escenario la selva paraguaya y la extensa pampa argentina, recorrida sin descanso, conociendo toda la gema de los sufrimientos físicos, desde las heridas en el combate, hasta la fiebre del pantano que le desfiguró el rostro y le quitó el sentido de la audición, así como de los sufrimientos morales, desde la crítica de conventillo hasta la calumnia de gran nivel. Protector de ciudades, colaboró activamente en la fundación de Buenos Aires -no olvidemos que estaba casado con la hija de Juan de Garay -, Concepción del Bermejo y Vera, de las Siete Corrientes.
Defensor celoso de las fronteras frente al agresor portugués, sólo desenvainó su espada para defender las buenas causas; en los Paréntesis de sus luchas no tenía reparos en tomar las herramientas del albañil para colaborar en la construcción de una iglesia, un hospital o una escuela. Ningún personaje de la Conquista reúne con Hernando Arias las admirables dotes de la virtud heroica en más alto grado, juntamente con las cualidades distintivas del estadista, Y. todo ello en admirable equilibrio. Fue caudillo, soldado, Gobernador y juez, tan amado que, según se decía en una carta firmada en 1610 por los capitulares de Asunción, «no hay viejo ni mozo que no lo tenga representado en el alma, padre verdadero de la tierra». Un auténtico caballero, encarnación misma de la Hispanidad en el campo político.
La economía:
A continuación voy a reproducir las ideas del analista de la historia don Alfredo Sáenz, porque su cuadro comparativo de la economía vista y efectuada por los dos polos opuestos de Occidente es perfectamente clara.
La especificidad de la Conquista española resplandece cuando se la compara con la colonización británica. Vicente Sierra lo ha señalado con claridad. Resumamos lo principal de su desarrollo.
LA DEMOCRACIA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA ESTÁ RADICADA EN LA CONCEPCIÓN PROTESTANTE DEL HOMBRE Y DEL MUNDO.
“Cuando en 1509, Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, no les dijo a los indios que los hidalgos leoneses eran de una raza superior, sino esto: «Dios nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo la tierra un hombre y, una mujer, de los cueles vosotros, yo y todos los hombres que han sido y serán en el mundo, descendemos». A los ojos del español antiguo, todo hombre, cualquiera que fuese su posición social, su carácter o nación, era siempre un hombre. Este humanismo clásico era de origen religioso, es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia pero penetró tan profundamente en las conciencias de los españoles, que todos lo aceptaron como alto obvio. En cambio ahora se iba introduciendo el nuevo humanismo, el del Renacimiento que resucitaba el viejo criterio de Protágoras según el cual el hombre es la medida de todos las cosas. Bueno es lo que al hombre la perece bueno, lo que le es verdadero, lo que cree verdadero, lo que le satisface. La verdad y el bien perdieron su condición de trascendentales para troncarse en relatividades, solo existentes en relación al hombre. Y el español es siempre tajante: o cree en valores absolutos o deja de creer totalmente, como si para él hubiese sido hecho el lema de Dostoiewski: o el valor absoluto o la nada absoluta. Cortose así la tradición ibérica, en pro del inmanentismo iluminista del Siglo XVIIII, que corrompió el alma de España, disolviéndose la visión de la temporalidad histórica cristiana en la del temporalismo secularizante propia del liberalismo iluminista. Al absolutizar los Valores seculares, la nación misionera acabó por negarse a sí misma, el Imperio se trocó en metrópoli de colonias”.“Quizás uno de los hechos más trágicos grávidos de consecuencias del siglo XVIII fue la expulsión de la Compañía de Jesús de todas las naciones de Europa. Intereses bastardos, como la avaricia del marqués de Pombal, que quería explotar, en sociedad con los Ingleses, las misiones Guaraníticas de la orilla izquierda del río Uruguay, y al amor propio de la marquesa de Pompadur, que no podía perdonar a los Jesuitas se negasen a reconocerle en la corte una posición oficial, cual querida de Luis XV, fueron los métodos que utilizaron los jansenistas y los «filósofos» para atacar a la Compañía. El conde de Aranda los ayudó desde España. «Hay que empezar por los jesuitas como los más valientes», escribía D’Alembert a Chatolai. y Voltaire a Helvecio, en 1761 «Destruidos los jesuitas, venceremos a la infame».
Excelente compendio, gracias por compartirlo con nosotros los lecrtores de su blog. Siemrpe me pregunte por que la diferencia entre la conquista en NorteAmerica y La de Latinoamerica. En Norteamerica (y Australia) no quedaron casi aborigenes, siendo todos casi todos ellos diezmado; mientras en LatinoAmerica los indigenas conservaron su numero e identidad, siendo hoy dia es una region con claro ascendente indigena. La diferencia como sumariza el escrito, estriba en que los Espanoles conquistaron lo que hoy es LatinoAmerica con sentido evangelizador, mientras que los Ingleses simplemente lo hicieron para su propio beneficio. Los enemigos de la Iglesia Catolica se deshacen en criticas y hacen hasta lo imposible para calumniando, deformar la verdad y la realidad criticando la gran conquista Espanola (y omitiendo el genocidio de la horripilante conquista Inglesa). Le queda muy dificil a los enemigos de la Iglesia sustentar su posicion, cuando es del todo evidente que la composicion de la sociedad LatinoAmericana es practicamente en su totalidad de ascendencia indigena, mientras que la NorteAmericana acabo con sus aborigenes.