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EL MARTIRIO Y BENEDICTO XIV

26 de julio de 2013

Benedicto-XIV

El más estructurado tratado sobre el Martirio lo escribe el Papa Benedicto XIV (1740/58). Este Papa, que ya a sus 19 años era doctor en Teología y en ambas ramas del Derecho (eclesiástico y civil), escribió una extensa obra en 4 volúmenes:  De Servorum Dei Beatificatione et de Beatorum Canonizatione  («Sobre la Beatificación de los Siervos de Dios y sobre la Canonización de los Beatos»).
En el Libro II, capítulos 11 al 20 de dicha obra, incluye todo un tratado sobre el Martirio (Opera Omnia, tomus tertius, pg. 92 -194). Allí sistematiza no sólo las opiniones de los teólogos y escritores cristianos desde la antigüedad, sino también los casos que aparecen registrados en el Martirologio Romano y en otros Martirologios orientales, todo analizado en torno a interrogantes precisos.
Según este tratado, el Martirio se define como: «el voluntario sufrimiento o tolerancia de la muerte, por la fe en Cristo o por otro acto de virtud referido a Dios» (o. c., T. III, pg. 92).
Toda la problemática relacionada con el Martirio es sistematizada allí en torno a los dos actores que intervienen: el Perseguidor (o tirano) y el Mártir. El capítulo 12 se sale de estos dos polos para concentrarse en el problema de la acción del uno sobre el otro, o sea, la Pena que el perseguidor inflige al Mártir. Una apretadísima síntesis de los puntos de llegada de este tratado, omitiendo los numerosísimos argumentos, controversias, citas y casos concretos allí referidos, se podría sistematizar así:

a. Sobre el Perseguidor

No puede darse Martirio sin la intervención de un Perseguidor externo. Los sufrimientos morales; el deseo del Martirio o la práctica heroica de alguna virtud, no son Martirio. La muerte causada por una enfermedad contraída mientras se sirve a enfermos contagiosos, sólo sería Martirio si existió un Perseguidor, quien por odio a la fe o a alguna práctica cristiana, obligó al Mártir a servir a enfermos contagiosos con la intención de causarle la muerte. El caso de algunos Mártires que se causaron la muerte a sí mismos antes de que el Perseguidor la consumara, depende de la intención con que lo hicieron. Algunos Mártires lo hicieron para evitar torturas que atentaban contra el pudor y en ese caso su muerte es auténtico martirio.
Puesto que al Mártir no lo hace la pena sino la causa (“Martyrem non facit poena sed causa”), y esta causa debe ser analizada tanto en el Perseguidor como en el Mártir; en el Perseguidor se requiere que inflija la pena al Mártir por odio a la fe o a alguna de sus expresiones prácticas. Esto no implica, sin embargo, que el Perseguidor tenga que ser ateo, pagano o hereje; puede ser un «católico que procede por odio a alguna virtud referida a la fe y obre así patrocinando la iniquidad»( o. c. pg. 114)
Pero el odio a la fe o a las virtudes no tiene que residir en el mismo Perseguidor que inflige directamente la muerte; ese odio puede residir solamente en acusadores que calumnian al Mártir, o también puede estar disfrazado bajo causas ficticias. (o. c., pg. 115-116)
Finalmente, el Martirio puede ocurrir sin que el Perseguidor que está movido por odio a la fe o a las virtudes con ella relacionadas, dé orden expresa de matar al Mártir, sino que es suficiente que sus palabras inciten a otros a matarlo.(o. c., pg.120)

b. Sobre el Mártir

Si el martirio es un acto de virtud, el primer requisito en el Mártir es su capacidad síquica de producir actos voluntarios. Una aguda controversia inicia este capítulo, sobre el Martirio de niños sin uso de razón. No se niega el carácter de Mártires a los niños sacrificados por Herodes, pues toda la tradición cristiana los consideró Mártires, pero desde que se establecieron las canonizaciones formales, ningún niño sin uso de razón fue canonizado como Mártir.
En cuanto a los adultos, se considera que el Martirio suple el Bautismo de Agua y perdona todos los pecados. Sin embargo, si antes del Martirio las circunstancias lo permiten, el mártir debe recibir el Bautismo y la Penitencia o expresar sus intenciones de hacerlo. Si consta que el mártir ha cometido pecados y no hay signos externos de arrepentimiento o de aceptación voluntaria de la muerte por la fe, cuando ésta se produce inesperadamente, hay que atenerse al principio de que «La Iglesia no juzga sobre lo interno» y por ello se carece de una prueba esencial que demuestre la existencia de un acto voluntario de soportar la muerte por la fe.
Siendo el Martirio un acto meritorio, tiene que constar su aceptación voluntaria por parte del Mártir, o al menos tiene que haber razones convincentes para presumirla. Las opiniones se dividen frente al caso de los que se ofrecen o buscan intencionalmente el Martirio. Sólo serían verdaderos Mártires si las razones por las cuales lo buscan son inspiradas en buenas intenciones. Respecto a los que huyen de la persecución y respecto a los que no huyen corriendo riesgos, no existe un principio rígido; todo depende de los motivos; así, por ejemplo, para quien tiene la responsabilidad de una comunidad y ésta se vería perjudicada con su huida, su deber es correr el riesgo de permanecer.
Respecto a los que provocan al Perseguidor para que los mate, si tal provocación tiene lugar cuando se está ya en poder de los victimarios y sometido a tormentos, no es censurable, menos cuando responde a motivos laudables, como destacar la iniquidad de los perseguidores o confortar a los inseguros en la fe. Pero si la provocación se da antes de caer en manos del Perseguidor, podría juzgarse como «dar ocasión a otro de obrar injustamente». Sin embargo, en el Martirologio hay muchos casos de Martirios ocasionados por provocaciones audaces y previas a la decisión del Perseguidor de infligir la muerte al Mártir. A pesar de que a este respecto se dan profundas controversias entre los teólogos, habría que discernir si la provocación se origina en acciones en sí buenas del Mártir (que no serían censurables) y si la reacción provocada en el Perseguidor es directamente contra la fe o contra la práctica de las virtudes.
Un punto aun más controvertido es el de la resistencia al Martirio por parte del Mártir. Se plantea allí el caso de los que mueren oponiendo resistencia armada en defensa de la fe o de la práctica de las virtudes cristianas. Santo Tomás de Aquino, seguido de una larga lista de teólogos, sostienen que «quien sufre la muerte por el bien común, pero sin relación a Cristo, no merece la aureola, pero si su lucha está referida a Cristo merece la aureola y es Mártir, como por ejemplo aquellos que defienden la república del ataque de enemigos que buscan liquidar la fe en Cristo, muriendo por esa causa” (Benedicto XIV, o. c. pg. 172; Santo Tomás de Aquino, IV Sentent., 4, Disp. 49, Quaestio 5, Art. 3, quaest. 2 ad 11 m). El Papa arguye, sin embargo, que si bien allí se da uno de los requisitos del Martirio: la muerte por la fe, no se da el otro: la aceptación paciente de la muerte por parte del Mártir «pues allí el Mártir no muere por voluntad propia sino por necesidad» («cum non voluntate sed necessitate moriatur«). La paciencia del Mártir (o sea, la aceptación voluntaria de la muerte, debe constar hasta el final [es decir, hasta la muerte]. Cuando no es posible comprobarla, la Iglesia juzga sobre la perseverancia interna si no hay pruebas de que la externa falló («Ecclesia quidem ab externa perseverantia argumentum deducit, ut eo modo, putet et credat, internam non defuisse«). Finalmente, si en el Perseguidor se exige, como causa del Martirio, el odio a la fe o a las virtudes cristianas, en el Mártir se requiere la fe, en su confesión o en su práctica («dicimus fidem credendorum vel agendorum esse unicam causam Martyrii«).

c. Sobre la Pena

La Pena que el Perseguidor inflige al Mártir, para que se dé verdadero Martirio, no puede ser otra que la muerte.
Santo Tomás de Aquino explica que el Martirio consiste en testificar con hechos que todo lo presente se supedita al valor de los bienes trascendentes, pero cuando aún se posee la vida corporal, no se puede demostrar todavía que todo se ha supeditado a esos valores.
Hay consenso entre los teólogos en considerar Mártires a los que sufrieron heridas mortales pero sobrevivieron milagrosamente, así como a aquellos que, a causa de castigos y tormentos infligidos por odio a la fe o a las virtudes cristianas, sufrieron tribulaciones que se prolongaron hasta la muerte. No se considera Mártir a aquel que haya sufrido heridas supuestamente mortales pero que fueron curadas por médicos, como tampoco a quienes recibieron heridas no mortales, pero por descuido culpable murieron a causa de ellas.

 

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