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MARÍA DE LA LUZ, LA MÁRTIR DE COYOACÁN

20 de octubre de 2011

María de la Luz

La vida de María de la Luz empieza el 17 de mayo de 1907, y termina el 30 de diciembre de 1934. Vivió 26 y años y siete meses. Nació en Tacubaya de familia honorable y católica, su padre D. Manuel Camacho quien vivía de su trabajo, y pertenecía a la clase media; su madre Ma. Teresa González quien murió cuando María de la Luz contaba apenas los siete meses de edad. Notable coincidencia entre el día y la hora de la muerte de la madre el 30 de diciembre de 1907 y el martirio de su hija: 27 años después exactamente.

En Coyoacán vivió durante 13 años, durante los cuales se dedicó con ahínco a cultivar su vida espiritual y al apostolado. Bajo la dirección de catequistas experimentadas, inició la enseñanza del catecismo, fundando ella después su propio centro catequético en su casa.

Vivió la época más terrible y sanguinaria de la persecución religiosa en México, después de los «arreglos» de La Cristiada y en 1932 la persecución volvió a recrudecerse después del respiro de 1929 a 1931.

Convencida de que el estudio de la religión era indispensable para la formación espiritual, fué elegida para dirigir los círculos de estudio de la Juventud Católica Femenina Mexicana. Con motivo del primer aniversario de la fundación de la J.C.F.M. en la Parroquia de Coyoacán encontramos parte de un discurso que pronunció ante un numeroso y selecto público:

«En breves palabras voy a manifestar a todas y cada una de las personas que nos honran en estos momentos, cuán dichosas nos sentimos al celebrar en esta fecha el primer aniversario de la fundación en esta Parroquia de una de las cuatro agrupaciones fundamentales de la Acción Católica, y que es la J.C.F.M. A Dios gracias la vemos florecer, pues en tan corto tiempo contamos ya con diversos círculos de estudio; y aunque no somos el número que deseamos, las pocas que pertenecemos estamos muy animadas de muy buena voluntad y de los mayores deseos de ilustrarnos en materia religiosa para poder defender nuestros derechos contra el enemigo y salir avante en las controversias que se pudieran suscitar. Un buen libro y la moral prosigue en su discurso- son los factores indispensables que requiere nuestro grupo para atajar la corrupción que amenaza nuestra sociedad… por eso es que, apelando a la generosidad de tan distinguido auditorio, solicitamos la gracia de que con su óbolo nos ayuden a la formación de tan indispensable biblioteca. Por lo que respecta a mis queridas compañeras, hoy las exhorto para que con la misma fraternidad con que hemos trabajado durante este primer año, continuemos colaborando en los sucesivo con nuestra activa e infatigable Presidenta, que ayudada con la gracias de Dios, ha de llevarnos al triunfo de nuestro ideal, y pondrá muy en alto el lema de la Juventud Católica Femenina Mexicana».

En el año de 1932 nuevos atentados persecutorios cimbran a México. Las manos criminales se atreven a quemar varias iglesias, entre ellas las de Jesús María en Guadalajara el 29 de mayo; la de Pánuco, Veracruz el 26 de julio. El número de sacerdotes para servicio de los fieles se restringe más. El Sr. Delegado Apostólico Mons. Ruiz y Flores protesta ante tales atropellos y es expulsado del país el 4 de octubre. Ante esta situación las organizaciones católicas deben ocultarse y atenerse a las consecuencias persecutorias, la envidia y sus demonios infiltran las filas de la J.C.F.M. de Coyoacán, ante esta situación María de la Luz y bajo la aprobación de su Director Espiritual decide separarse de la A.C.

Tras lo cual emprende otras actividades apostólicas: llevar almas a Dios por medio del teatro. Funda el «Círculo Dramático de Santa Isabel de Hungría», y el día de la fundación expresa el fin de la obra con estas palabras:

«Por medio de ella apartaremos a las jóvenes de las diversiones escandalosas, de los cines, de los bailes y demás centros corruptores donde se ofende tanto a Dios».

Las representaciones se fueron sucediendo cada dos o tres meses y siempre con salón plenamente lleno. Aún se conservan algunos programas, por ejemplo el 10 de mayo, en honor a la madres cristianas se presentó El Martirio de una Madre; en agosto, María Estuardo, drama en tres actos, y poco después Juana de Arco. Pese a la incesante persecución religiosa ordenada por el gobierno de Abelardo Rodríguez -era bien sabido que detrás de él y en sus decisiones se encontraba la mano de el «Jefe Máximo», Plutarco Elías Calles- María de la Luz y sus compañeras deciden montar la obra «Fabiola», drama basado en la célebre novela del Cardenal Wiseman. Fabiola es una noble Patricia romana de los primeros siglos del cristianismo. A su lado tiene a una esclava cristiana, Myriam, que vivamente anhela convertirla. María de la Luz elige el papel humilde, trágico y a la vez glorioso de la esclava Myriam. ¿Habría en esta elección cierto presentimiento de lo que Dios le preparaba el año siguiente?

EL LLAMADO DE DIOS

El mundo y sus amores no la llenaban. En sus lecturas hace alusión a la heroína de Héctor, Consuelito Madrigal, la novia del héroe de la gran novela cristera de Jorge Gram, pero no se inspira en ella en el amor al hombre, sino en su abnegación desinteresada por la causa y el triunfo de Cristo. Era, pues, natural que brotara en ella el ardiente deseo de consagrarse totalmente a Dios. Lo pensó y encomendó mucho. Cuando ya se decidió, conviene hacerlo del conocimiento de su padre por medio de una carta.

He aquí el texto:

«Querido papacito:

«Hace tiempo que he querido comunicarte mi deseo, pero no he tenido valor para hacerlo, pues, nada menos que el 17 de mayo de este año (1932) en que cumplí 25 años de vida, iba a presentarte esta carta para que te enteraras de la resolución que he tomado.

«Dios Nuestro Señor me ha concedido ya 25 años de vida, los cuales los he mal aprovechado, y ahora quiero que los pocos o muchos años que Dios Nuestro Señor me preste, dedicárselos a Él, entregándome totalmente a su servicio, pues creo que NUestro Señor nos tomará en cuenta el sacrificio, porque para mí será el más grande de mi vida el dejar a ustedes ya que nunca me he separado ni un sólo día de su lado; pero lo hago con gusto porque Dios Nuestro Señor ha dicho: «Que el que deje a sus padres y hermanos por Él, obtendrá el ciento por uno», para ustedes también que lo será, pues aunque yo no haya sabido corresponderles, no por eso creo que no me quieran como hija, y también les será dolorosa mi separación, pero al mismo tiempo yo creo que será para ti muy satisfactorio darle al que todo lo ha dado una parte de ello, y esa parte sea yo. Yo que fui la primera, y entonces serán las primicias lo que des a Dios. Yo creo que tú no te opondrás a mi petición; pero como para todo desgraciadamente se necesita dinero, y veo que tu no estás en posibilidad de sufragarme los gastos, que origine mi entrada al convento, por eso fue el interés de que yo entrara a trabajar, para así, poco a poco, ir juntando lo que yo necesito, sino todo, al menos una parte de ello, y ya que Dios Nuestro Señor me lo concedió, yo te agradecería me dejes que siga trabajando siquiera un año para poder llegar al ideal que me he forjado que es sacrificarme por Dios Nuestro Señor. Te lo pido con todo mi corazón y creo que me lo concederás una vez que te he abierto mi corazón.

Papacito: con quien me quiero ir es con las madres capuchinas de la orden de N. Padre S. Francisco, y para ingresar con ellas, me es indispensable contar, por lo menos, con 300.00 los cuales tú me los puedes dar concediéndome que siga trabajando.

También quiero que borren de su mente la idea de que me metí a trabajar nada más por no hacer nada en la casa, pues ya te he manifestado el motivo por el que supliqué a Adelita que me consiguiera trabajo. Si yo sigo trabajando, procuraré ayudarle a Lupe al quehacer de la casa».

Tu hija

María de la Luz

La seguridad de pensamiento y decisión se advierten en esta preciosa carta. Con el perfume de la humildad se junta un acendrado y agradecido amor filial, y para Dios, el ideal de sacrificarse por Él. El sacrificio fue aceptado por Cristo, por el Rey Divino, pero por la vía corta y sublime del Martirio cruento.

Es lo que nos queda por admirar en el siguiente relato.

 

 

Estamos en los primeros meses de 1934. María de la Luz prosigue incansable en sus apostolados, sobre todo el catecismo, con el grupo de niños que reúne en su casa. De pronto llega a sus oídos que en el cine se anuncia la exhibición de una película abiertamente inmoral: “El valle del desnudo”, que resultaría un escándalo para la gente cristiana de Coyoacán. El celo de Dios y el bien del prójimo encendieron el alma resuelta de María de la Luz. “Esa película no se exhibiría en Coyoacán”, decide hacer una intensa propaganda en contra por medio de volantes en los que con razones bien pensadas y claramente redactadas  se convencía a los vecinos de no hacerle al juego a empresario corruptor.

LOS “CAMISAS ROJAS”

Lázaro Cárdenas tomó posesión de la Presidencia de la República con la nueva bandera del “Sexenio”. Le cedió la banda tricolor Abelardo Rodríguez, quien dejaba al país en una tensión religiosa semejante a la que había vivido en los años 1927 y 28. Estamos en diciembre de 1934.

En la Villa de Coyoacán está al frente de la presidencia municipal un pariente de Garrido Canabal y sectario de primera magnitud, Homero Margalli. Desde el mes de septiembre de ese año prohibió terminantemente  la enseñanza del catecismo en las casa particulares, so pena de confiscar la casa donde se quebrantara la orden. El mismo mes de septiembre, en la capital, el “Bloque Revolucionario”, membrete impresionante, propone en la Cámara de Diputados que se despoje a los católicos de todo cargo público. Se forma, además, una Liga Nacional para combatir el catolicismo y desfanatizar a las masas.

El 12 de octubre, la policía y los bomberos dispersan una manifestación de 20,000 católicos. Un grupo de revolucionarios de Tamaulipas irrumpe con violencia la Cámara de Diputados el 6 de noviembre para exigir -nada menos- que todos los Obispos y Sacerdotes del país sean asesinados…

Este es el ambiente en que Garrido Canabal y sus Camisas Rojas toman posesión de la Secretaría de Agricultura y Fomento.

¡Que atrasada estaba la Capital comparada con el Tabasco de Garrido Canabal! ¡Había que actualizarla!… Pronto la Ciudad de los Palacios sería invadida con la producción literaria del “Estado Modelo”. Libros, folletos, hojas volantes, cartelones de todos los tamaños hacen saber a los rezagados habitantes de la Capital que Dios no existe y otras lindezas más. Todos los empleados de la secretaría deben usar camisa roja. A la entrada de las oficinas se regaban  por el suelo imágenes de Cristo y de la Virgen con el satánico fin de que el personal las hollara al entrar. Día a día se iban imponiendo tales condiciones que, para una conciencia católica se hacía imposible conservar el puesto. En una ocasión, al terminar una película “desfanatizadora” que mostraba al vivo la obra anticatólica de Tabasco, con la quema de santos y destrucción de imágenes, se presenta una mujer con una imagen grande de la Virgen de Guadalupe. “Camaradas” -grita-, ésta Virgen nunca ha hecho milagros. Y ahora verán la prueba de ello”. Pide un cerillo y quema la imagen.

El 19 de diciembre los “Camisas Rojas” se creen ya seguros y, sobre todo, respaldados por su jefe y empiezan a ensayar sus fechorías persecutorias fuera de la capital. Una hermosa estatua de la Virgen de Guadalupe erigida por la devoción de los fieles sobre un altozano de la carretera de Cuernavaca es arrancada salvajemente de su pedestal y hecha pedazos. Lo diarios dijeron que había sido obra de unos desconocidos, pero todo el mundo sabía que habían sido los Camisas Rojas del Ministro de Agricultura que, con hechos, realizaban la obra desfanatizadora.

La situación religiosa se agravaba y sin remedio próximo. Al contrario el horizonte se oscurecía más y más. Bien advertían los mexicanos las tendencias abiertamente comunistas del nuevo presidente y las actitudes anticatólicas de la mayoría de su Gabinete, entre cuyos miembros se distinguía Tomás Garrido Canabal, con su fuerza de choque de Camisas Rojas, cada día más numerosa y más organizada. Las terribles experiencias de Tabasco empezaban ya a repetirse en plena Capital.

El 28 de diciembre, dos días antes del martirio de María de la Luz, millares de niños conducidos por sus madres fueron a la Basílica de Guadalupe, a postrarse ante la Madre que prometió escuchar piadosa nuestras súplicas y socorrernos en nuestras necesidades. Las mamás levantaban llorosas a sus pequeñuelos para implorar, por mediación de la Virgen, la Misericordia de Dios.

Ese mismo día María de la Luz estuvo en una reunión íntima con una amiga de Coyoacán. Al despedirse de sus amigas les dice:

-”Estará bueno que nos diéramos un abrazo de Año Nuevo…¡Quién sabe si nos volveremos a ver!…”

¡VIVA CRISTO REY!

ESTE GRITO lo forjaron y exaltaron los mártires mexicanos y debe estimarse como una gloria de nuestra Patria. Fue un grito de fe y de amor que proclamaba públicamente la realeza social de Jesucristo. Hacía apenas unos ese, el 11 de diciembre de 1925, que el Papa Pío XI había promulgado la Encíclica Quas primas, en la que explicaba y defendía la Realeza de Cristo e instituía una fiesta especial en su honor. Siete meses después, al suspenderse los cultos por la promulgación de la Ley Calles, sonó la hora de la persecución sangrienta que se prolongaría por tres años. Es indudable que la reciente Encíclica y la fiesta de Cristo Rey inspiraron a los primeros mártires mexicanos este grito. Morían contentos, porque a la vez que profesaban su fe, protestaban contra los tiranos que denegaban a Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de los señores el derecho de reinar, y a su Iglesia el derecho de subsistir. Este grito lo recogieron los valientes que, como los Macabeos, se lanzaron a defender con las armas y sus vidas los Derechos de Dios y de la Iglesia. Por ese grito de combate, y muchas veces de triunfo, se les llamó “Cristeros”. Los mártires mexicanos pasarían a la historia como los “Mártires de Cristo Rey” . María de la Luz Camacho, aunque por el tiempo pertenece a la segunda etapa persecutoria, entra ciertamente en la lista de éstos mártires, ya que esa fue su intención, su determinación y el grito postrero y muchas veces repetido de sus labios.

Los Camisas Rojas planearon ya algo en grande y a plena luz: quemar un templo, y no cualquiera, sino el templo parroquial de la tranquila  y religiosa Villa de Coyoacán. Con este hecho medirían sus propias fuerzas, y, a la vez, probarían la resistencia de los católicos.Pero ¿por qué eligieron Coyoacán y su hermoso templo? Desde luego porque contaban con el respaldo del “Líder Máximo”. Quizá fue el mismo Garrido Canabal el que indicó el objetivo y planeó la realización. Otra razón muy importante fue que quien mandaba en Coyoacán era Homero Margalli, que les garantizaba protección e impunidad. Por lo demás, había que asestar un buen golpe a los católicos para amedrentarlos y les pareció que Coyoacán era el mejor sitio.

Era el domingo 30 de diciembre. Desde las 9 de la mañana los vecinos que atravesaban el jardín que da frente al templo parroquial observaron un grupo de jóvenes que se iba reuniendo en torno a la gran Cruz de la Misión, que apenas dista de la entrada treinta metros. Su indumentaria claramente los denunciaba: eran los “Camisas Rojas” de Garrido Canabal. Su número llegó a 60. Todos fueron saliendo del Ayuntamiento, donde Margalli les había animado y recalentado la cabeza con abundantes libaciones de coñac. Todos, aún los más jovenzuelos, llevan su pistola cargada. En los brazos de la Cruz despliegan la bandera rojinegra, símbolo de violencia y destrucción. Al pie de la Cruz ocultan varios botes de gasolina.

Para asegurar el éxito eligen la Misa de las 10 de la mañana, que es la de los niños, a la que acude poca gente grande y pocos hombres. Pronto aquellos mozalbetes, que apenas si llegan a los veinte años, empezaron a insultar a Cristo, a la Virgen Santísima, al Papa. Uno de los oradores improvisados describe el siniestro plan destructor.

“El movimiento libertador de Tabasco debe exterminar a todos los tonsurados, debe destruir la religión quemando las imágenes y los templos. Contamos con el apoyo del gobierno que ve nuestro movimiento con mucha simpatía y está listo a secundarnos. El Presidente de la República no podrá detenernos, porque quien manda en México es Garrido”.

Los que escucharon estas palabras no dudan ya: los Camisas Rojas van a asaltar el templo y a quemarlo. Allí están, semiocultos, los botes de gasolina. El rumor se esparce por la población.

Maria de la Luz se encuentra en su casa. La noticia le hace reflexionar por unos momentos, pero luego se decide. Ve el reloj. Es la hora de la Misa de los niños del catecismo de sus niños, pues muchos de ellos han participado de sus enseñanzas. No duda más.

¡Debemos defender la Iglesia! -le dice resuelta a su hermana Lupita. -Prepárate, voy a cambiarme y me acompañas.

Su corazón presiente que la hora es decisiva y que el Divino Esposo, Cristo Rey, puede llevársela. Se pone su mejor vestido, el de seda verde con ancho cuello blanco. Al presentarse a su herman, ésta admirada le pregunta:

-¿Porque te pones tan guapa?

-Cuando se trata de defender a Cristo Rey, -responde- conviene ponerse el mejor vestido.

En esta respuesta claramente se advierte que su pensamiento y decisión, en el caso de ofrendar su vida, estaban puestos en Jesucristo como Rey.

Salen y de prisa recorren las calles que las separan de la iglesia. Al llegar al parque claramente oyen las voces insultantes de los rojinegros. Uno de ellos las alcanza y les espeta estas palabras:

-No os gloriéis mucho de ser católicas. Esta mañana vais a ver cosas terribles.

-No tenemos miedo -responde María de la Luz- estamos dispuestas a morir por Cristo Rey, si necesario fuera. Y nos alegraríamos por ello.

-”Estamos dispuestas -incluye fraternalmente a su hermana- a morir por Cristo Rey”…

Va a comenzar la Santa Misa y varias personas previenen al Celebrante que junto a la Cruz de la Misión un numeroso grupo de jóvenes comunistas está vociferando contra la religión y contra la Iglesia. El Sacerdote no se acobarda. Sube al altar y comienza el Santo Sacrificio.

María de la Luz y su hermana se quedan en la puerta de la Iglesia, de cara a la chusma amenazante. Mueve los labios para pedir a Cristo Rey serenidad y fortaleza. Y Cristo se la da. Los que están junto a ella oyen que dice con voz fuerte para que le oigan los de enfrente:

-¡El que se atreva a entrar en la iglesia, antes pasará sobre mi cuerpo…!

Entonces ocurre algo inesperado. Un jovenzuelo de los rojinegros se aparta del grupo y se acerca discretamente a María de la Luz y le dice en voz baja:

-Señorita le suplico no se quede aquí. Retírese porque vamos a quemar  la iglesia.

María de la Luz reconoció al muchacho: era de Coyoacán. Ella lo había preparado para la Primera Comunión… Sin duda que las malas compañías lo habían maleado. Le agradece el aviso con una mirada en la que se mezclan la compasión y el reproche. En ese corazón ya desviado aún quedan restos de gratitud que le hicieron hablar para salvar a su antigua maestra. El aviso ciertamente fue para María de la Luz una oportunidad que se le ofrecía para escapar del peligro y la muerte. Pero no. Las palabras del muchacho acrecentaron su valor. No se movió. Cerca de ella está un pobre mendigo paralítico. Se oye la campanilla del Sanctus que anuncia la proximidad de la Consagración. Desde fuera notan los Camisas Rojas que la gente se arrodilla para adorar la Hostia Santa. Esto irrita  y lanzan insultos y blasfemias: “¡Mueran los curas! ¡Maldita la Iglesia!…¡Viva la revolución!…”. Termina la Consagración. Los fieles se alarman. Algunos tiemblan de miedo. Se escucha de pronto una valiente voz:

¡Los que tengan valor, que vengan a la puerta!

Unas veinte personas se levantaron y siguieron al que había hablado. Van señoritas, obreros y aún algunas mamás con sus niños de la mano. María de la Luz queda en primera fila. Está pálida y confiesa que tiene miedo.

¡Quién pudiera no tener miedo en estos momentos! -responde cuando alguien comenta con su hermana la palidez.

Afuera los asaltantes no se atreven a entrar al advertir la resuelta actitud de los fieles animados con las palabras y el ejemplo de María de la Luz. Exasperados, gritan nuevos insultos y maldiciones en contra de Cristo Rey y la Virgen María de Guadalupe. El ejemplo arrastra. Un marido anima a su mujer:

¡Anda! Grita tu también como esa muchacha: ¡Viva Cristo Rey!…

Las blasfemias y maldiciones de la hueste rojinegra de Garrido eran contrarrestadas por los gritos resueltos de los católicos: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la Religión Católica! ¡Viva el Papa”… La voz que sobresalía valiente y vibrante era de María de la Luz.

Ante esta resistencia inesperada, el jefe rojinegro decide cambiar de táctica. Hay que atacar matando… Y vino el frito que era orden y contraseña: ¡Viva la revolución!…

Las pistolas comienzan a funcionar. Ya antes de que se diera la orden de ataque, varios Camisas Rojas habían apuntado con sus revólveres a María de la Luz para amedrentarla y hacerla callar; pero ella, aunque sintió miedo, no retrocedió ni se ocultó y continuó gritando con toda el alma. Era lógico que los primeros disparos fueran para ella. Una bala atravesó su pecho virginal y le impidió terminar el grito, cuya última palabra se ahogó en su garganta: ¡Viva Cristo…! Su precioso cuerpo se desplomó blandamente entre los brazos de su valiente hermana Guadalupe, quien no se apartó de ella ni un solo momento.

Siguióse la balacera y una gran confusión. Además de María de la Luz, otras cuatro personas cayeron heridas de muerte: el mendigo tullido, dos terciarios franciscanos, Angel Calderón, comerciante de origen español, Inés Mendoza, y otro joven más. Se dice que también murieron varios niños, pero fueron rápidamente recogidos y ocultados por sus madres con el fin de evitar la odiosa autopsia.

Los cobardes agresores vaciaron las cargas de sus pistolas y ya sin balas seguían amenazando a la multitud, que al oír los disparos había acudido en gran número, y al darse cuenta de las intenciones criminales de los atacantes y de las víctimas sangrantes que yacían en las puertas del templo, se lanzó contra ellos. Los Camisas Rojas no intentaron resistir, sino que volvieron las espaldas y corrieron a refugiarse en la presidencia municipal, donde los esperaba Margalli para protegerlos. Su infame propósito se había frustrado. La iglesia de Coyoacán se había salvado de las llamas sacrílegas. Si uno contempla su fachada y rebusca con la mirada puede descubrir todavía algunos impactos de las balas asesinas disparadas por los Camisas Rojas. Y ¿a qué se debió el fracaso? Desde luego a Dios. Entre los instrumentos humanos se ha de poner  principalmente a María de la Luz, que con su energía y valentía extraordinarias supo defender los Derechos de Dios, y alentar y sostener con sus palabras y ejemplo al grupo de defensores. Su ardiente deseo de morir por Cristo Rey se había cumplido. Con toda razón y justicia María de la Luz Camacho debe ser contada entre los mártires de Cristo Rey.

LA APOTEOSIS

Unas dos mil personas desfilaron aquella noche, que era la última de 1934. Muchos se arrodillaban para orar; otros tocaban objetos piadosos al cuerpo de la Mártir. De manera especial acudieron Terciarios y Terciarios franciscanos, también sus antiguas compañeras de la Acción Católica. Pero la visita más delicada y conmovedora fue la de los niños. Muchos lloraban al contemplar muerta a su antigua y bondadosa catequista que les había enseñado los principios y verdades de nuestra santa Religión, amar a Dios y a la Virgen Santísima.

Miles de personas de la capital y de los lugares circunvecinos habían acudido para unirse a sus hermanos católicos de Coyoacán para celebrar el triunfo, la Apoteosis de María de la Luz Camacho, porque eso fue todo el trayecto, desde la casa de la familia hasta el Panteón Municipal de Xoco. El repique de las campanas anunció la partida del cortejo. Cien niños vestidos de blanco y con las palmas en la mano precedían el ataúd blanco de María de la Luz, llevado en hombros por su propio padre y jóvenes de la A. C. J. M. Millares de flores blancas sostenidas por las manos de una multitud de treinta mil personas de todas las clases sociales la acompañaban. Perdida entre la multitud caminaba a pie Doña Carmen Romero Rubio Vda. D Díaz, la viuda de don Porfirio Díaz.

Más de dos kilómetros llenaba aquella ingente multitud que rezaba y cantaba.

El padre Torres recuerda la escena de su muerte y escribe cinco meses después:

“No he podido olvidar aquel gesto supremo de resignación cristiana que se dibujara en el rostro de la amada y cuanto llorada señorita María de la Luz al lanzar su postrer aliento en este mundo de traiciones y caer dormida en el sueño dichoso de los justos. Sí, en mi memoria ha quedado grabada para siempre aquella dulce serenidad, aquella sonrisa que entreabrió sus labios, en los momentos angustiosos para nosotros que vimos su agonía. Era la sonrisa de satisfacción del deber cumplido. Era la satisfacción de la que en su corta vida dejaba una estela de virtudes y ejemplos luminosos que continuarán alumbrando a las almas buenas, a las almas grandes que, como la suya, no se intimidan con el sacrificio”

Bibliografía
 La Mártir de Coyoacán. S. J. José Macias TRADICIÓN; MÉXICO
 S. J. Antonio Dragón
 Revista Asís
 Su Director Espiritual fue el padre Torres
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