JESUCRISTO REY INMORTAL DE LOS SIGLOS
«De toda la tierra se ha levantado hoy un homenaje a Jesucristo, Rey inmortal de los siglos: los creyentes con nuestra adoración lo proclamamos Señor del pensamiento humano y con latidos de amor lo reconocemos por Soberano de los corazones de los hombres. Los himnos litúrgicos de la Iglesia militante de hoy únense a los clamores de cien generaciones cristianas, que han reconocido esa Soberanía, y me parece ver a nuestro lado a los atenienses del areópago convertidos por Pablo, a los magistrados del Imperio Romano bautizados a orillas del Tíber, a los soldados de Constantino, a las legiones de Clodoveo, a Carlomagno y a Carlos V, a todos con frentes inclinadas delante de aquél Monarca, que no tuvo necesidad del oro, ni de la hermosura del diamante para que su cabeza coronada de espinas irradiara sobre las almas y sobre los siglos torrentes de luz más brillante que la que despidió el sol la primera mañana en que lo contemplaban las miradas humanas. Paréceme que llegan a mis oídos formando un himno gigante e imperecedero mil voces distintas que proclaman Rey a Jesucristo: la Niñez, ennoblecida y guardada por los ángeles del Cielo, canta el idilio de Belén; la mujer, honrada y dignificada en María, más que en todas las criaturas, canta la tragedia del Calvario; el hombre, con las cadenas de la esclavitud rotas en las manos, iluminado por la fe, armado con la espada de sacratísimos derechos, canta la apoteosis de la Resurrección; una estrofa es el clamor de una raza regenerada, otra es la voz de la sangre de un mártir o de la virtud de una virgen; y de las catacumbas y del Coliseo, y de las bibliotecas de los monasterios y de los órganos de nuestras Catedrales, con gritos de guerra de Covadonga, con acentos de triunfo de Lepanto, con voces de oración franciscana en este mundo nuevo, se levanta de toda la Historia Cristiana este inmenso grito ¡Viva Cristo Rey!, que contesta con sus fulgores el lucero de la mañana, con la majestad de sus tormentas en el mar, con el rugido de las fieras del bosque, las cordilleras con el fuego de sus entrañas y la luz desplegando el iris de sus colores.
En ese himno secular y católico yo distingo el acento de mi Patria y en armonía sublime escucho la voz del México de ayer, del México de hoy y del México de mañana, que hace eco a los coros de los ángeles, con un eterno hosanna, siempre antiguo y siempre nuevo, cantan en las alturas la Soberanía de Jesucristo, el Rey de la Gloria.
Voy a deciros, señores ya, que sois tan benévolos de oírme, algo de lo que mi Patria dice en ese himno y veréis como el pasado de México proclama la Realeza de Cristo, como su presente lo aclama y como finalmente lo reclama su porvenir: proclamación, aclamación y reclamo, que resuena ya en nuestros corazones y que el alma de la Patria pone en nuestros labios con ese grito incomparable: ¡Viva Cristo Rey!
Esta pintura é de quem?